Hay
una disposición natural en los sistemas de organización social que
los incapacita para manejar la relación de la sociedad con su
futuro. Un contexto de excesiva incertidumbre como el que vivimos
actualmente es difícilmente interpretable por un sistema o conjunto
de sistemas que para su constitución agotó largos lapsos de tiempo.
El dinamismo de la realidad actual atropella cualquier estructuración
de la realidad según parámetros previamente establecidos y
rigidizados por sistemas no-dinámicos. Innerarity lo llama “La
tiranía del presente” aludiendo a la ventana cortoplacista que
todo lo absorbe: “Nos encontramos en un régimen de historicidad en
el cual el presente es dueño y señor absoluto. Es la tiranía del
presente, es decir, de la actual legislatura, el corto plazo, el
consumo, nuestra generación, la proximidad... Es la economía que
privilegia la lógica financiera, el beneficio frente a la inversión,
la reducción de costes frente a la cohesión de la empresa.
Practicamos un imperialismo, que ya no es espacial sino temporal, del
tiempo presente que lo coloniza todo.”
La
exacerbación significativa del presente en detrimento de un futuro
inmediato y más lejano, es un proceso correlativo; entre más lejos
el futuro menor interés por él. Le pedimos al presente cosas que no
estamos dispuestos a esperar para después. La política y el
marketing del consumo comparten este fuerte vicio, la hegemonía de
la inmediatez. A pesar de que las consecuencias de las decisiones
políticas desembocan más claramente en futuros lejanos, nuestro
único enfoque de interés sigue siendo la fugacidad del presente y
su narcotizante efecto distractor.
La
explicación de este “presentismo” omnipresente, en política, es
variada y múltiple, pero como factor principal se podría establecer
la ciclicidad de los períodos electorales. La acción política está
fuertemente parasitada por el interés de “permanencia en el
poder”, de allí el populismo, las medidas cortoplacistas y el
desafecto por medidas con resultados a largo plazo, que podrían
beneficiar a otras personas de la escena política. También hay que
mencionar que la disminución de este horizonte temporal en las
políticas públicas no es algo sólo de los políticos, sino también
de los electores; la miopía es compartida en la medida que nadie
conoce el futuro y no sabe si estará en él.
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